Las raíces de la tergiversación “Poder y dinero”

“Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo”

(2 Corintios 2, 17)

     En los capítulos anteriores hemos podido contemplar como detrás de productos tan lamentables teológicamente como la Versión Popular -Dios habla hoy- se encuentra no la casualidad (¡mucho menos la competencia científica o la profundidad teológica!) sino todo un proceso de desvirtuación de la Palabra de Dios cuyos protagonistas más destacados fueron Westcott y Hort y los que posteriormente les siguieron.  Sin embargo, sería ingenuo pensar que toda esa labor se hubiera podido llevar a cabo en solitario y sin un proceso de continuación de cierta envergadura. Una resistencia frontal frente a Westcott y Hort mayor de la que se produjo en su día quizá hubiera abortado sus propósitos y así lo temieron ellos. Sin embargo, al final la mayoría -incluso los teológicamente ortodoxos- se rindieron ante los efectos de la conspiración y su actitud se convirtió en algo que aún pesa sobre nosotros de manera punto menos que decisiva. 

            A esto hay que añadir que un papel muy importante en la popularización del texto de Westcott y Hort, la supresión del Texto Mayoritario y la elaboración de nuevas traducciones basadas sobre criterios liberales y textuales inaceptables le ha correspondido a lo largo de los años a las Sociedades Bíblicas(S.B.). 

   La primera sociedad bíblica -la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera- fue constituida en 1804. En 1814 se fundó la Sociedad Bíblica Americana, y en las décadas siguientes fueron surgiendo entidades similares que en 1946 se unieron para formar las Sociedades Bíblicas Unidas (S.B.U.). La labor inicial de las sociedades bíblicas fue tan extraordinariamente meritoria que nadie podría exagerar al encomiarla. De hecho, no deja de ser significativo que en el Syllabus, el papa señalara como uno de los enemigos principales del Vaticano a las S.B. que distribuían la Palabra de Dios sin notas. Esa actividad se ha mantenido en buena medida dentro de esa perspectiva en los países latinos hasta hace relativamente pocos años. Pero desgraciadamente esa limpia tra-yectoria comenzó a torcerse ya en el mundo anglosajón durante el s. XIX.  

   Durante el pasado siglo, la S.B británica y extranjera empezó a ser regida de manera mayoritaria por personas de teología unitaria (es decir, que niegan la Trinidad) y liberal.   En un contexto como ese no resulta extraño que Westcott y Hort lograran imponer su texto del Nuevo Testamento griego o que entraran a formar parte de un comité para revisar el Nuevo Testamento inglés. Tampoco es sorprendente que, ya en este siglo, las S.B. editaran un Nuevo Testamento griego cuyos elaboradores son liberales teológicamente (K. Aland, M. Black, B. Metzger, A. Wikgren) e incluso uno resulta ser un prelado católico (Carlo Martini) o que haya producido versiones de las Escrituras cuyos autores se caracterizan por sostener teologías que contradicen la enseñanza de la Palabra (E. J. Goodspeed, J. Moffat, W. R. Bowie, M. Burrows, R. Bratcher, C. H. Dodd, etc). El liberalismo teológico es, sin ningún género de dudas, un árbol cuyos frutos no pueden ser más contrarios a la enseñanza de la Palabra de Dios pero cuyas raíces se han establecido, firmes y profundas, en el seno de las Sociedades bíblicas desde hace décadas.   

            No menos peligroso que el liberalismo teológico de buena parte de los traductores de las S.B. resulta la indiferencia casi absoluta de sus dirigentes hacia la colaboración con cualquier confesión se basen o no sus dogmas en la Biblia. Son comunes noticias como la de que la S.B.A. ha llegado a tener entre los participantes de sus reuniones “a un arzobispo católico romano como conferenciante y a un adventista del séptimo día en un panel. Hubo representantes de 46 denominaciones diferentes incluyendo católicos romanos, greco-ortodoxos y un miembro de Ciencia Cristiana”. Y no resulta extraño que, al menos, desde los años sesenta -conferencia de las S.B. de Driebergen de junio de 1964- hayan existido planes para realizar traducciones conjuntas con expertos católicos  en las que se incluyeran los apócrifos. En 1981 había más de doscientos proyectos de traducción interconfesional en marcha. Al año siguiente, el Vaticano decidió financiar a más de un centenar de eruditos para que cooperaran con las S.B. en su traducción de la Biblia En 1984, de los 590 proyectos de traducción de las S.B.U, 390 eran de carácter interconfesional En 1986, el papa recibió una copia de la traducción interconfesional de la Biblia.  La escena se iba a repetir en los años siguientes mientras que el peso católico en las S.B. incluidos los cuadros dirigentes se ha ido haciendo cada vez mayor. Si inicialmente las S.B. soñaron con llevar la Biblia, pura e incontaminada, a las poblaciones de todo el mundo, incluidas las de los países católicos, lo cierto es que, hoy en día, han terminado por convertirse en un instrumento en absoluto inconsciente de la propia política vaticana hasta unos extremos que hubieran resultado impensable apenas unas décadas atrás. Poco puede dudarse de que versiones de la Biblia como la VP no son sino un fruto directo de esa evolución y una clara demostración de que, lejos de conformar los medios en los que intervienen según la enseñanza de la Escritura, las S.B. se han dejado influir en contra de la misma ya sea incluyendo apócrifos en sus ediciones del texto sagrado, ya sea insertando en éste notas e introducciones de contenido netamente antibíblico. 

    En paralelo a este triste proceso -un proceso que sólo muy recientemente ha empezado a quedar de manifiesto en los países latinos- nadie puede negar que las S.B. han ganado en dinero y en poder. La producción anual de Biblias ha convertido al conglomerado de las Sociedades en una transnacional extraordinariamente poderosa. En cuanto a su influencia, no es en absoluto despreciable. En apenas unos años, el Vaticano ha pasado de considerarla un enemigo, a tratarla como un fiel aliado.  Por otro lado, en el mundo protestante pocos se atreven a alzar la voz contra su conducta, por el temor a verse aislados en su ministerio o censurados como fanáticos e ignorantes.

            Ciertamente, el poder económico y la influencia de las S. B. nunca fueron tan grandes a lo largo de su historia. Su apego, sin embargo, a la Palabra pura -pensemos en el ejemplo de la VP- se ha perdido en buena medida. El resultado final -y resulta bien doloroso reconocerlo- es que, hoy por hoy, las S.B. están contribuyendo decisivamente a la publicación de textos deficientes de la Biblia cuyas notas e introducciones diluyen la teología bíblica e inculcan los principios de la teología liberal. Es triste tener que reconocerlo, pero aun haciendo las pertinentes excepciones relativas a algunos de sus trabajadores, personas de buena fe que aman sinceramente la Palabra de Dios, lo cierto es que las S.B. actualmente están desempeñando una función realmente clave en los planes a cuyo éxito contribuyeron tanto en su día  Westcott y Hort. Por ello, ¿quién que conozca las Escrituras podría pensar que en ese afán de ser cada vez más acaudaladas y más poderosas, mejor tratadas y recibidas, las S. B.U. han obtenido un beneficio real?